domingo, 3 de marzo de 2013

“Hypnos de Almedinilla”



Ana vive de, por, para, cabe su trabajo. Frisando ya los cuarenta, aún es una hermosa mujer dueña de unos ojos que no debe lavarse después de cada mirada, ya que todavía conservan la inocencia de cuando era niña.
- Ana, despierta, que hay que ir al colegio.- le decía su madre cada mañana mientras ella remoloneaba debajo de las sábanas.
A Ana siempre le encantó dormir. Sólo concebía la cama para dos tareas básicas, y a su marido, al que le encantaba leer antes de dormir, aquello le enfurecía. ¡La verdad sea dicha es que le enfurecían tantas cosas!. Pablo maltrataba a Ana“Hypnos de Almedinilla”, y por éso le dejó; y ella, acostumbrada a la cómoda vida del ama de casa a la que su marido entrega el sobre todas las semanas, tuvo que ponerse a trabajar en lo que buenamente pudo. Y así fue que todos los días, de lunes a viernes y de siete a quince, entraba a limpiar en el Monasterio de Santa María de Las Cuevas, en la Isla de la Cartuja. Allí, entre sepulturas de Afanes de Riberas y creyendo oír los pasos de los seguidores de San Bruno, limpiaba, fijaba y daba esplendores “Hypnos de Almedinilla”a los suelos donde, algún tiempo atrás, los Señores de Pickman elaboraban una de las más afamadas cerámicas de Europa..
Aquello hubiera sido un suplicio para cualquiera, pero en Ana convirtióse en toda una revelación. El antiguo monasterio le fascinaba y parte de su primera paga fuese en comprar un libro sobre sus historias y sus leyendas. Tan era así que dije al comienzo de este relato que Ana vivía cabe su trabajo, y en efecto, que al poco de empezar con sus labores de limpieza dio en mudarse a la calle Torneo, a una modesta casa de vecinos situada justo enfrente de la más esbelta pasarela que vieron los siglos, y que ella atravesaba caminando cada mañana para llegar a su querido monasterio.
- Buenos días, Ana. ¿Qué tal dormimos hoy?.
- Regular, que me metí en la cama a las diez y mi chico empezó a llorar porque tenía un poquito de fiebre. Con mi madre se ha quedado, que hoy no lo he mandado al colegio.
Cosas de hembras, diálogos de madres mientras hacían acopio de cubos, fregonas y lejía para baldear los suelos.
Para Ana era todo un premio bajar a limpiar la cripta. Allí se sentía dueña y señora de tiempos pasados, y se detenía en cada baldosa, en cada azulejo como si fuesen suyos, y en cierta forma lo eran, de tanto que los había limpiado con sus manos a las que, de vez en vez, quitaba los guantes para tocarlos, acariciarlos más bien.
- Ana, vamos a tomar café.
Las limpiadoras disponían de un pequeño cuarto donde, en un pequeño infiernillo que había comprado la pequeña de cuerpo, guapa y un tanto vesánica Maite, preparaban un delicioso café humeante y unas tostadas con aceite con las que reponían sus fuerzas para el resto de la jornada.
- Han traído de un pueblo de Córdoba una estatua romana que dicen que es preciosa.- comentó la pequeña Maite – Yo todavía no la he visto, pero me voy a llegar ahora. ¿Vienes, Ana?.
Ana asintió, ya que siempre le habían atraído las antigüedades. De hecho comenzó a estudiar Historia a comienzo de los ochenta, pero lo dejó para casar con Pablo. Suertes de hembras, errores de fémina enamorada a la que poco más tarde, por esas cosas del querer, le llegaron dos hijos que la embellecieron, ya que una madre es siempre más hermosa y plena que una mujer seca, yerma, una mujer que no ha florecido como un pomar en primavera. Y Ana se había hermoseado igual que el almendro en flor lo hace al final del invierno. Pero a su otoño era a lo que se estaba acercando Ana paso a paso, día a día y golpe a golpe de una vida que le había dado muchos. Pero Ana, como el toro, se crecía en el castigo y a pesar de las madrugadas en vela con el niño que esta “amorrao”, de los despertares de cada día a las seis de la mañana para ir a trabajar, del sueldo exiguo y los gastos cuantiosos, de las pagas de Pablo que no llegaban un mes sí y el otro tampoco, tenía sus compensaciones. Una de ellas era la lectura – leona, le decían en broma sus compañeras -, en un sillón como es lógico, nunca en la cama. Otra era su trabajo; el que una compañera le hablara de una estatua romana preciosa, éso le encantaba.
Santa María de las Cuevas era sede del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH), y al monasterio llegaban todo tipo de enseres artísticos para restaurar, junto con la exhibición del arte más vanguardista del momento, ya que también se encontraba en el antiguo monasterio el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Una preciosa dicotomía que a Ana le encantaba. Al IAPH llegaban desde tallas procesionales barrocas hasta objetos diversos de la antigüedad clásica, como era el caso.
Ana y Maite se dirigieron a ver la mencionada estatua nada más acabar su desayuno, que aquella mañana consistió en leche, dátiles e higos secos, dado que les había dado por la dieta sana y, de alguna manera, el desayuno fue un bonito preámbulo para ver una estatua de unos tiempos en los que solían desayunar de tal guisa.
- Mira, ésta es.- dijo Maite señalando una estatua de poco menos de un metro de altura y que representaba un joven efebo en actitud de lanzar algo con su mano derecha.
- ¡Dios mío!. Es bellísimo.- dijo Ana, a la que se le había cambiado el semblante al ver la estatuilla.
- ¿Os gusta, no?.
Quien así se les dirigía era Raniero, uno de los restauradores del Instituto, que tenía una especial simpatía por Ana.
- Por supuesto, es maravillosa. ¿A quién representa?.
- Pues a Hypnos, el dios greco-romano del sueño, que habitaba en un palacio donde jamás penetraba la luz del sol. Nos ha llegado de un pequeño pueblo cordobés, Almedinilla, donde lo encontraron hace unos años. Tiene un valor incalculable, ya que sólo se conservan cinco piezas como ésta en todo el mundo, pero la nuestra es la más completa. Vais a tener tiempo sobrado para disfrutarla porque calculo que estará con nosotros al menos un año.
- ¡Un año!.- exclamó Ana.
- Ana, hija. Ni que fuera tu novio, por Dios.- le respondió Maite.
- Ya me gustaría encontrar un hombre así por la calle. Ten por segura que me lo echaría de novio.
- Pues nada, Ana.- dijo Raniero – Vente a verlo cuando quieras.
- Tal parece un pastorcico, “un pastorcico solo y penado, con el pecho de amor muy lastimado”.
- Joder, Ana, pues bien fuerte que te ha dado. Prometo hacerte copias de algunas de las fotos que le hemos sacado para que las guardes. Y en gran formato.
- Te lo agradecería mucho, Raniero.
- Pues dalo por hecho.
Ana estuvo toda la tarde y noche pensando en Hypnos, entre meriendas, preparativos de cenas, alguna que otra ojeada a la tele y charlas con los niños. Cuando fue a acostarse, mientras se cepillaba los dientes, se miró al espejo que le devolvió la imagen de una aún muy bella mujer. Abrió su camisón y se palpó los pechos. Todavía eran tersos y llenos. Sus pezones siempre habían tenido un maravilloso tono azulado que enloquecían a Pablo. No pudo evitar masturbarse pensando en Hypnos, acariciándose el sexo y los pechos. Volvió a la salita y encendió la televisión. Garci y sus contertulios decían una tontería tras otra sobre la película que habían programado aquella noche. ¡Que grande es el cine!, pensaba Ana, pero como lo empequeñecen los engreídos. Llevaba contabilizados cuatro errores de bulto en la intervención de uno de los contertulios cuando sonó el teléfono.
- Soy Pablo. Quiero hablar con los niños.
Aquel cerdo apestaba a alcohol hasta por el auricular.
- Tú no hablas con nadie, y si vuelves a llamar aviso a la policía.
- Mira, hija de puta; quiero hablar con mis hijos y voy a hacerlo porque soy su padre.
- Tú lo que eres es un canalla.
Ana colgó y comenzó a llorar.
- Mami, ¿qué te pasa?. ¿Te duele la barriga?.
- Sí, Jaime. Me duele la barriguita, pero no te preocupes y vete a la cama, que mamá se va a tomar un jarabito y se va a dormir.
- Pues acuéstate conmigo, anda, que soy muy chiquitito.
Ana se tragó las lágrimas, como tantas veces había hecho. Cogió en brazos a su Jaime y lo llevó a su dormitorio. Arropó al niño con el embozo y se acostó a su lado.
- ¿Quieres que te haga cosquillitas para que no te duela?.
- Vale, pero sólo un ratito, ¿eh?. Después a dormir que mañana hay cole.
- Mamá, ¿porqué no abres mi hucha y me compras un papá?.
- Mañana, Jaime. Mañana veremos.
Ana le dio un beso a su hijo pequeño y se abrazó a él. Entonces comprendió que siempre podría acariciar su cuerpo, pero nunca tocar su alma, y las lágrimas negras volvieron a sus ojos, calladas, densas, sordas; y cayó en brazos de Hypnos.


* * *

Un pastorcico solo está penado

ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.”

Ana recitaba con bella voz los versos de San Juan de la Cruz a Raniero y Maite, y éstos oían admirados tan hermosas palabras que les sonaban como cánticos feéricos.

Que solo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena
el pecho del amor muy lastimado”

Hypnos parecía el pastorcico del que hablaba Ana, y Raniero sonreía al escuchar.

Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado

sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado, asido a ellos
el pecho del amor muy lastimado”

El bello rostro de Hypnos semejaba estar olvidado de su bella pastora, mas Ana no dejaría que así fuera, ya que depositó en su mejilla un beso suave como el del aleteo de una mariposa.
- “Llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida...” – dijo Raniero – y de momento tú le has curado de la primera. De las otras dos ya nos encargaremos nosotros. Bueno, ¿quién se paga un café?.
- Tú.- respondieron al unísono Ana y Maite.
- Vale, vale. Pues hala, vamos a la cafetería del World Trade Center, que creo que allí me fían.
- Pero en tu coche, ¿eh?.
Antes de salir de la sala de restauración, Ana volvió su rostro al de Hypnos y, sin que nadie la viese, le envió un beso con la mano.


* * *

Aquella tarde Ana fue al cine con Maite, dejando los niños al cuidado de su madre. En los Warner, cercanos a su casa, algo habría que ver y se decidieron por “Solas”, que todo el mundo decía que era de mucho llorar, y así fue, que buena paliza de lágrimas se dieron las dos, pero las lágrimas del cine son balsámicas, tienen un hálito de cura del alma.
Esa noche, al irse a la cama, recordó una película que vio de niña y cuyo título nunca pudo recordar. Trataba de un niño asturiano, huérfano, al que recoge un buhonero que se ganaba la vida por los pueblos de la zona. El chiquillo caía gravemente enfermo y su padre adoptivo hacía lo imposible por sanarle. Después no recordaba más, pero sí la llantina que cogió en el cine en compañía de su madre.
En ese momento comprendió la causa de la tristeza que la invadía, y que no era la película vista aquella tarde. Durante todo el día había notado un dolor característico en el bajo vientre, precursor de esa tortura mensual que azota a las hembras, y como un reloj le bajó el periodo al poco de meterse en la cama, y sin compresas ¡Dios mío!. Se arregló con un paño limpio y mañana le pediría un támpax a Maite.


* * *


El IAPH tiene un gran equipo de expertos en restauración y estudio de obras de arte. Pasan por él obras de todas las épocas, desde la Prehistoria al presente siglo. Ana estaba encantada el día que le tocaba la limpieza de las salas de restauración, pero odiaba limpiar los ordenadores; le daban miedo aquellas grandes pantallas que la miraban con ojos de cíclope y a las que quitaba el polvo con una simple gamuza de microfibra. Pero cuadros y estatuas eran un delirio, y qué decir de Hypnos de Almedinilla, aquel pequeño adonis al que adoraba.
Raniero se reía de ella.
- Pero Ana, que se te cae la baba, por Dios.
- Que sabrás tú, ignorante. Esta estatua me habla todos los días y sé de ella mucho más que tú, con todos tus títulos y estudios.
- Bueno, pues sea. Quédate con ella, pues.
Raniero era italiano, de Siena, y una excelente persona por la que Ana sentía un gran cariño y respeto. Era el director del equipo de restauradores de la época clásica, y se encargaba personalmente de la restauración de Hypnos.
- Raniero, he leído que Hypnos, mi adorado Hypnos, era hermano gemelo de Thanatos, el dios de la muerte, y la verdad es que me asombra un poco.
- Verás, Ana. El sueño es el hermano menor de la muerte, su anticipo diario; por éso los griegos hermanaron a Hypnos y Thanatos, y a los dos les hicieron enemigos de la luz y amigos de las tinieblas, como de hecho ocurre en la realidad, ¿no te parece?.
- Puede ser, pero Hypnos es tan bello que lo identifico más con la luz, el aire libre, la alegría de vivir. Puedo imaginarlo emparentado con el sueño, pero nunca con la muerte.
- Pues el caso es, más o menos, así: el sueño supone la alegría de vencer a la muerte en el día a día. Quien despierta no muere, al igual que quien oye una bala en el combate sabe que ésa, al menos, no lo matará, pero no puedes imaginar a tu querido Hypnos despierto, iluminado, solar. El sueño precisa sombra, silencio, sopor. Ya te dije que vivía en un palacio al que jamás llegaba la luz del sol. Era un dios joven, menor; podríamos decir que jugaba en Segunda B. Por delante de él estaban todos los grandes del Olimpo; después venían los dioses menores, y luego una larga retahíla de nombres entre los que él se incluía. Hypnos y Thanatos eran hermanos, el sueño y la muerte; y Thanatos se enfrentaba a Eros, el amor, el goce de vivir, pero me parece que Thanatos e Hypnos estaban más cerca del medieval “carpe diem” que Eros. Apolo y Dionisos representaban otra dicotomía clásica análoga a la de Hypnos y Thanatos versus Eros. Así eran los griegos. Veían la realidad siempre como un Jano bifronte. Y quizás así seamos nosotros. Por éso me gano la vida con ésto, porque miles y miles de personas están interesadas en ello, y la que más tú, Ana. Por éso te quiero.
- Gracias, Raniero. Yo también. A veces, incluso, creo que te quiero más de lo que debiera.
El restaurador italiano se la quedó mirando, serio, pensativo. Quería decirle algo, pero no sabía qué, y tomó palabras robadas para expresar todo el amor que sentía por aquella atípica limpiadora hermosa que le atrajo desde que la viera por vez primera.

Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,
nacida ya para el marero oficio;
ser graciosa y morena tu ejercicio
y tu virtud más ejemplar ser cielo”

Raniero encendió un cigarrillo, quizás por callar, y tras darle una calada se lo ofreció a Ana, como una invitación a ¿qué?. Ana lo cogió mirándole a los ojos y lo apagó. Acercándose a él se le abrazó. De repente, se sorprendieron besándose. Ana se separó de él y, al igual que hiciera ante el espejo, se desnudó; lentamente, mirando a Raniero con deseo. Hicieron el amor allí mismo, delante de Hypnos, ardientemente. Ana no recordaba cuando había sido la última vez. En realidad, nunca se había entregado de esa forma. Se sintió hermosa, joven, deseada; y era cierto que el amor la embellecía, como embellece siempre a toda mujer enamorada.
- Raniero, me da vergüenza.
- Pues la vergüenza te hace aún más guapa de lo que eres; ¡y mira que eres guapa!. Si supieras la de veces que he pensado en ti de esta manera; en tenerte entre mis brazos; en poder demostrarte con todo mi ser cuánto te quiero. Pero siempre me sentía cohibido. Imaginaba que pensarías que me aprovechaba de mi situación para llevarte a la cama. Pero la verdad, Ana, es que te quiero; me gustas desde el primer día que te vi limpiando mi despacho, y conforme te iba conociendo me fui enamorando de ti, y cada vez más. ¡Hasta llegué a sentir celos de Hypnos!. Ana, si tú quieres, podríamos intentar una relación limpia entre los dos, sin presiones ni tapujos. ¿Qué te parece?.
- Raniero, te aprecio y me pareces un hombre bueno y muy atractivo. Además, los italianos siempre me han gustado de una manera especial, pero – dirás que estoy loca – estoy enamorada de otro.
- ¿No me dirás que... ?
- Sí, Raniero; de Hypnos, de esa estatuilla a la que tú devolverás su esplendor. No puedo evitarlo. Supongo que es un mecanismo de defensa ante todo lo que he sufrido. Estaré loca, pero mi obsesión por Hypnos nunca me hará daño. Hypnos nunca me fallará, nunca me pegará, ni a mí ni a mis hijos. Puede que esté loca, pero tú no sabes lo que es haber querido a un hombre, con el que tuve dos hijos, que me golpeaba todos los días durante años, y todo porque le daba amor. Raniero, perdóname, pero no puedo aceptar lo que me ofreces o, al menos, déjame que lo piense.
Raniero volvió a encender un cigarrillo y aspiró lentamente de él mirando al suelo.
- Yo siempre estaré aquí, Ana, a tu lado; despertando a tu Hypnos. Pero ten algo por seguro: podré hacerte feliz o no, cumpliré mejor o peor en el lecho, podré ser un buen padre o no para tus hijos, pero nunca, nunca, te haré daño. No es mi condición, y siempre, siempre estaré a tu lado, o detrás de ti, protegiéndote. Eres mi linda española, la guapa limpiadora del IAPH de la que me enamoré, y como, afortunadamente, no soy tu jefe directo nunca podrás pensar que me aprovecho de mi situación para llevarte al catre.
- Pues llévame ahora otra vez a él.


* * *

Ana volvió a su casa andando mejor, más suelta, más libre. Es curioso que una mujer, al hacer el amor, no solamente goza, sino que todo su cuerpo se rejuvenece: el corazón bombea más deprisa, la tensión sanguínea adquiere valores más normalizados y, sobre todo, la pelvis adquiere un mejor funcionamiento, y caminan mejor, más sueltas, más libres. No sé por qué ocurre éso, pero es así, y constituye una sensación desconocida para un varón.
De esta guisa sentíase Ana, pletórica, más mujer, más hembra, hasta el punto de que atravesando el paso de peatones de la calle Torneo la piropearon un par de chicos jóvenes desde un coche: “guapa”, y ella, a pesar de su natural timidez, respondió con mucho salero: “gracias”.
Llegó a su casa y descansó un poco leyendo y tomando café. Luego fue a recoger los niños al colegio.
- Mamá, que guapa estás hoy.
- Gracias, Jaime. Tú también.
- Mami, ¿sabes qué?. Con una mamá tan guapa como tú ya no hace falta que me compres un papá.
Ana se sentía en el cielo, Hypnos era su dios y Raniero su ángel de la guarda.
- “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes nunca ni de noche ni de día”.
- ¿Porqué rezas, mamá?.
- Porque tengo un ángel de la guarda muy guapo.
- ¿Es que lo conoces?.
- Claro que sí, y se llama Raniero.
- ¡Anda!. Pues yo no sé cómo se llama el mío.
Pablo, su hijo mayor, andaba más retraído.
- Mamá, ¿porqué se llama tu ángel de la guarda como ese hombre que trabaja contigo?.
- Pues no lo sé, pero así es.
Pablo guardó un profundo silencio toda la tarde. Desde que mencionó el nombre de Raniero no volvió a dirigirle la palabra.
- Pablo, ¿qué te pasa?.
- Nada, mamá. Estoy cansado.
Pablo tenía la difícil edad de trece años, el número fatídico, la edad del cambio y quería mucho a su padre; por éso tenía miedo de Ana, de lo guapa que era y de que hablara de ese tal Raniero con tanta vehemencia.
Así pasó la tarde y la noche. Sólo al irse a acostar se llegó hasta su madre y la besó.
- Mamá, perdona.
- ¿Porqué, hijo?.
- No lo sé, pero perdóname.
- Te quiero mucho, Pablo.
- Y yo, mamá; y yo.


* * *


Diego Afán de Ribera había quedado citado con el Marqués de Pickman en un velador de la confitería “La Campana” en la plaza del mismo nombre, puro corazón y centro neurálgico de la Sevilla más tradicional.
- Buenos días, Don Diego.
- Buenos los tenga, Sr. Marqués. ¿qué le apetece tomar?
- Dicen que nada como un chocolate para el despertar. Aún no he probado esto que dan en llamar bebida de dioses y traído de esas Indias de las que tanto hablan. Probaré uno.
- ¡Ay, Don Diego!. Siempre con sus bromas. ¿Y qué bueno le trae por aquí?
- Comentarle quería algo que me trae en duermevela desde hace días. Dicen que han traído un dios, por nombre Hypnos, a su fábrica.
- Así es, en efecto.
- Ese Hypnos ha de ser mío, voto a tal.
- ¿Y porqué?.
- Pues que no he de permitir que el dios pagano del sueño vele el mío eterno en su casa, que es mi cripta.
El camarero sirvió al bueno de Don Diego Afán de Ribera su chocolate con picatostes y éste lo probó.
- Está muy bueno; quema pero está muy bueno.
- Y bien, Don Diego, ¿qué es lo que usted quiere?.
- Pues deseo ser el lindo Don Diego, ese joven petimetre de la comedia de Agustín Moreto Cavana y que es la delicia de todos los corrales de esta ciudad y de la villa y corte, según dicen.
- Pero, ¿qué me dice, Don Diego, que convertirse quiere en un dondiego?.
- Pues sí, ya ve; todo un Afán de Ribera transformado en lechuguino de rompe y rasga, ¿no es acaso maravilla?. Quizás así se me fije Ana.
- ¿Ana?.
- ¿Ana?.- exclamó la susodicha. Despertó bañada en sudor; quizás el hecho de que Raniero le hiciera dos veces el amor y que su hijo Pablo se molestara por algo que intuía tuviera algo que ver con aquel extraño sueño. En ese momento sonó el despertador.
- ¡Oh, no!. Las seis y media y yo con estos pelos.
Lunes, 12 de diciembre de 1999, 7 de la mañana y ya estaba preparándose un humeante café en aquella mañana que la ventana de la cocina le descubrió llena de niebla. Ni siquiera vedase el río.
Al cruzar por la pasarela de la Cartuja, el frío y el viento dábanle al agua del río un curioso aspecto embellecido por la niebla que le recordaron a Ana los versos del rey poeta Al-Mutamid y de su bella Itimad la Romaquía:

La brisa convierte al río
en una cota de malla,
mejor cota no se halla
como la congele el frío”

Aquellos versos fueron escritos al alimón por el rey y su amante, y al alimón la comenzaron a insultar en ese preciso instante dos jóvenes con no muy buena pinta que se aproximaban a ella, aunque ellos creyeran que la piropeaban.
- Fíjate que par de tetas.
- Joder, que buena está la tía. Vente con nosotros, anda, que te vamos a hacer pasar un buen rato.
- ¿Porqué no os vais a dormir la mona y dejáis tranquila a esta buena mujer que no os ha hecho nada?.
Quien así interpeló a los dos groseros fue Raniero, que no pudo aparecer más oportunamente. Dirigiéndose también al trabajo se encontró con la desagradable escena y, lógicamente, salió en defensa de su Ana. Uno de los energúmenos se le acercó y lo agarró por los hombros, colocándole la chaqueta a la altura de los codos mientras el otro intentaba asestarle una patada en los testículos. Lo que ninguno de los dos podía imaginar era que Raniero poseía el cinturón marrón de Tae-Kwon-Do, y que este arte marcial basaba la defensa en la rotura o la luxación, y con éso se encontraron ellos, con el marrón de Raniero.
Éste golpeó con su pierna derecha en el plexo solar al individuo que tenía delante provocándole una parada respiratoria y, agachándose y volviéndose al mismo tiempo, se enfrentó al segundo.
- Tío, tranqui; tranqui.- y diciendo ésto salió corriendo como alma que llevara el diablo.
- ¿Estás bien, Ana?.
- Estoy en la gloria, mi vida. Y por si te interesa, la respuesta a la pregunta de ayer es, sencilla y llanamente, sí.


* * *


Ana y Raniero, y Raniero y Ana, vivieron unos días de gran felicidad, y allí donde fuera Raniero iba Ana por delante, y por delante de Ana colocábase Raniero para protegerla, quererla y amarla; y así sería el final de esta historia si tratárase de una historia de amor al uso pastoril de las églogas renacentistas, pero no es el caso. El sino tiene algo que decir, y lo dirá llegado el caso. De momento, contentémonos con saber que Raniero y Ana vivieron unos días de pasión irrefrenable, y aunque Ana insistía en que era Hypnos quien llenaba sus noches, lo cual dado el carácter lunar, nocturno y onírico de dicha divinidad no era de extrañar, lo cierto y verdad es que era Raniero quien la entretenía, no sólo las noches, sino todo el día. Ni siquiera despertaba ya Hypnos celos en el bueno de Raniero, puesto que Ana se le entregaba como lo que era, una mujer sedienta de cariño y placer a la que, por tantas razones, siempre se le habían negado.
Por su parte, Ana había renacido. Si siempre había sido hermosa ahora lo estaba más que nunca. Alta, morena de ojos glaucos, pechos firmes, caderas llenas: Ana, Ana, Ana por siempre hermosa y mujer. Alguna que otra cana y puede que una que otra arruga no afeaban, sino que daban solera a su porte. Ana, Ana, Ana; hasta en el nombre corto, hermoso, virilmente femenino o femeninamente viril llevaba su galanura.
Raniero le dijo un frío día, Ana no podría olvidarlo nunca, que estando junto a ella se sentía como si fuese un eterno mayo, y agarrándola por la cintura y atrayéndola junto a él le musitó al oído estas robadas palabras:

Por fin trajo el verde mayo
correhuelas y albahacas.
En los templados establos,
donde el amor huele a paja,
honrado estiércol y a leche
hay un estruendo de vacas.
Las tardes de puro verde,
de puro azul esmeralda,
y las mañanas son miel
de puro y puro doradas.
Campea, mayo amoroso,
que el amor ronda majadas,
ronda establos y pastores
ronda puertas, ronda camas,
ronda mozas en el baile
y en el aire ronda faldas”


Los versos del “Romancillo de mayo” de Hernández recitados con el acento italiano de Raniero al oído de Ana le sonaron a música celestial, y el almíbar le destilaba por todo su cuerpo que, como hembra feliz y enamorada, acercó al de Raniero y unió su boca en un beso largo y húmedo, sintiendo que nunca, nunca la habían besado así.
Ana, en estos días de dicha y felicidad, había cogido la sanísima costumbre de dormir la siesta, y a la antigua usanza; con pijama, santiguo y orinal, como debe ser, aunque bien es cierto que en la mujer el orinal está de más, pero a ella le hacía gracia llevarse a su cuarto el de su pequeño Jaime.

* * *

- Mire usted, don Diego, que Ana no es mujer fácil.
- Ya lo sé, señor marqués, pero he de conseguirla. Va en ello mi reputación y mi honor. Un Afán de Ribera no se detiene en minucias y usted ha de ayudarme.
- Pero, ¿cómo?.
- Muy fácil. En el monasterio que mi familia patrocinó para los cartujos instaló usted su fábrica, y en él se encuentra ahora ese diosecillo griego, ese Hypnos o como quiera que se llame, por el que Ana demuestra una gran admiración. Lléguese a su fábrica, hable con Hypnos, convénzale para que sumerja a Ana en un profundo sueño. Una vez esté dormida la haré mía, la poseeré como a un cadáver. No se asombre, amigo mío, por mi pasión necrófila. Piense que llevo más de cinco siglos vagando por las criptas y corredores del monasterio sin tener a mi alcance más hembras que las que duermen como yo el sueño eterno esperando que llegue el terrible día del Juicio Final para que, tras sonar las trompetas de los ángeles, se unan cuerpos y almas de nuevo para comparecer ante Dios. Por alguna razón que se me escapa fui condenado a vagar como un alma en pena por el monasterio, permitiéndoseme a veces alguna escapada por Sevilla, como en mis pláticas con usted, pero mi vigor seguía intacto, de ahí que cayera en la necrofilia. ¿Nunca ha sentido la piel fría y los miembros rígidos del hermoso cadáver de una dama bajo usted mientras alcanzaba el cenit?. Pues no sabe lo que se pierde.
- Y así es como quiere hacer suya a la hermosa Ana.
- Así.
Ana despertó de la siesta bañada en sudor, asustada. Hypnos, Raniero, el Marqués de Pickman, Afán de Ribera, todos se mezclaban en su angustiado despertar. Y esa angustia tenía su razón de ser: viviendo una hermosa historia de amor con Raniero se sentía cada vez más atraída por Hypnos, el hermoso dios romano. Locura de amor, sin duda, miedo a los hombres reales de tanto penar por uno. Y sus sueños no hacían sino exacerbar su locura.
- Maite, creo que me estoy volviendo loca.
- Ya lo sé, hija. O crees que no me he dado cuenta de tu lío con Raniero.
- No, no se trata de éso. Es que estoy cada vez más enamorada de Hypnos.
- ¿Cómo? ¡Tú estás loca!. Con lo buenísimo que está Raniero y tú sigues encoñada con la estatuita.
- No seas ordinaria, Maite.
- Como no lo voy a ser, si es que me sacas de quicio. Tienes a tu alcance un hombre guapo, culto, como te gustan a ti, y con buen corazón además, y vas y pierdes los papeles por una estatua.
- Es un dios.
- Es una leche. Si me sobrara el dinero te pagaría el psiquiatra, pero como no es así me están entrando ganas de arrearte un par de tortas para que espabiles.
- ¿Qué hago, Maite?.
- Vivir, y dejarte de cuentos para niños, que ya eres muy mayor.
Ana se acercó al mediodía a visitar a su amado. Hypnos estaba más radiante aún, ya que lo habían sometido a un proceso de limpieza y su mármol resplandecía de blanco. Lo miró y remiró desde todos los ángulos posibles. Sin poder contenerse lo besó en los labios. Hypnos, sorprendentemente, la abrazó y la estrechó contra él. Ana sintió miedo y retrocedió. Su dios estaba en la postura de siempre. ¿Era su locura o realmente la había abrazado?. Salió corriendo de la sala de restauración y siguió con sus tareas sin decirle nada a nadie.


* * *

- Así que tú eres ese diosecillo al que Ana adora.
- Eso parece, y tú ese fantasma que quiere hacerla suya.
- Dejemos clara una cosa. Yo soy un Grande de Castilla y me debes un respeto. Así que nada de “ese fantasma”.
- Eres, o eras, un mortal y yo un dios. Así que quién debe respeto a quién. Además, que no soy yo el que viene a pedir favores.
- Caballeros, por favor, un poco de tranquilidad – terció el marqués – Se trata de llegar a un acuerdo. Como ya te expliqué resulta que don Diego quiere hacer suya a Ana, y para ello necesita que la sumerjas en un profundo sueño hipnótico, nunca mejor dicho.
- ¿Y qué gano yo con todo ésto?.
- Volver a ejercer tus poderes. Volver a ser un dios, como lo eras hace dos mil años.
- Sí, ya. Y tú crees que volverás a ser un hombre como lo eras hace quinientos años, y volver a amar a una mujer de verdad, aunque sea dormida, y no esos cadáveres del monasterio donde tu familia consiguió el derecho a que os enterraran.
- Eso es. Tú vuelves a ser un dios, no una estatua, y yo un hombre, no un fantasma. Quid pro quo.
- Ayer besé a Ana, y puede que yo también la desee. Es dulce y hermosa, ¿porqué no podría ser mía?. No se me había pasado por la cabeza, pero tu proposición me ha dado una idea.
- Tienes que ayudarme, maldito diosecillo de la antigüedad. Soy don Diego Afán de Ribera y te lo ordeno.
-Tú no eres más que un fantasma. Así que regresa a tumba y déjanos a los dioses en paz.
Hypnos se había crecido después de aquella charla con don Diego, y comprendió que era él quien debía hacer suya a Ana, sobre todo después de haber probado sus dulces labios. Don Diego y el marqués habían vuelto a sus tumbas de las que no debían haber salido nunca, y menos para molestarle a él, a todo un dios.
Miró a Ana, hermosa, radiante. Estaba en sus manos, entregada al sueño. Se acostó a su lado y la miró desde todos los ángulos posibles. Suavemente comenzó a levantarle el camisón, mostrando unos muslos tersos y suaves. Ana se agitó en el lecho y aprovechó para besarla. La poseyó como sólo un dios puede hacerlo a una mortal, pero aquella posesión tenía un precio, y él lo sabía. Su hermano Thanatos vendría a reclamar su parte.
- Ya la has hecho tuya, hermano, así que ahora me pertenece, y Ana vendrá conmigo al reino de la muerte. Cruzará la laguna Estigia con el barquero Caronte, y el can Cerbero la dejará pasar a los reinos de Vulcano. Yo la conduciré.
- Pues haz ahora tu trabajo, hermano, que yo ya hice el mío, que era el de darle el sueño más hermoso posible. Mírala que hermosa está. Llévala con cuidado y que su belleza ilumine el reino de las tinieblas.
Thanatos la tomó en brazos delicadamente y cruzó con ella la frontera que separa nuestro mundo del de la eternidad.

* * *

Amaneció un día gris y lluvioso de enero de la mítica fecha de 2000. Polémicas sobre nuevo siglo y nuevo milenio que Jaime no entendía, como tampoco el que mamá no hubiera despertado. Entró a su cuarto y la vio en la cama quieta y tapada.
- Mamá, ¿hoy no vas a trabajar?.
Jaime no obtuvo respuesta, no podía haberla. Jaime pensó que Ana estaba muy cansada y cerró con cuidado la puerta.
Al volver del colegio, Ana seguía dormida y aquello le extrañó.
- Pablo, ven a ver a mamá. No se ha levantado todavía.
Pablo descubrió la verdad, pero no se atrevió a decírsela a su hermano. Era muy duro quedarte sin madre, sin una madre tan hermosa, a esa edad. Lo era incluso para él.
Fue Raniero quien lo arregló todo, y Maite quien llevó los niños a la abuela. Sueños rotos por el deseo caprichoso de un dios menor. Pero Raniero no sabía, no podía saber la verdad; de haberlo sabido hubiera destrozado a Hypnos con sus propias manos, de tanto que la quería. ¡Quién podía pensar en el efecto mortal del capricho egoísta de un pequeño dios de más de dos mil años de antigüedad!. Era más lógico aceptar la explicación médica de una grave lesión cardiaca no detectada. Sólo Hypnos sabía que el corazón de Ana había estallado de amor, de goce, y en su pensamiento divino no cabía entristecerse por todo lo que dejaba atrás: sus hijos, Raniero, sus padres...
Desde los Campos Elíseos, Ana volvió su mirada a la tierra, y vio a Pablo jugando con Jaime. Dos lágrimas cayeron de sus ojos llegando al rostro de Jaime.
- Pablo, me han caído dos gotas. A lo mejor es mamá, que nos llora desde el cielo.
- Sí, Jaime; seguro.
Y echó el brazo por encima del hombro de su hermano pequeño para darle algo de ese amor que Ana les daba.


No hay comentarios: